martes, 7 de julio de 2015

Cambiar de un enfoque de innovación desde la Oferta hacia la Demanda será una necesidad estratégica

A pesar de que lleva hablándose largo y tendido de los nuevos enfoques de innovación, inspirados conceptualmente en el "pensamiento de diseño" (Design Thinking), donde se coloca como eje de trabajo la empatía con el individuo final que es quien consume un determinado producto o contrata un servicio específico, resulta innegable asumir que cuenta ya con innumerables casos de éxito de grandes y pequeñas compañías.

Con todo y con eso no podemos olvidar que las metodologías de quienes practican este enfoque, no son más que una fórmula en la que invertir el formato ampliamente extendido de innovación basada en la capacidad de la oferta de crear ideas nuevas y que durante décadas han practicado quienes excelentemente han sabido ofrecer al mercado productos y servicios que han logrado satisfacer las necesidades del consumidor o han sabido desplegar un marketing efectivo que provocara el mismo efecto.

¿Y por qué es a día de hoy cuando un viraje de enfoque desde la innovación exitosa de la Oferta hacia la Demanda cobra especial importancia para las compañías? La respuesta la encontramos en la propia transformación de lo que resulta innovador o no para un consumidor. La conceptualización de un nuevo modelo de individuo no es una entelequia, sino una realidad en su aproximación neurológica a lo que le rodea y por tanto a su propia mente de consumidor.

En un mundo absolutamente conectado y tecnológicamente más capaz de responder particularizadamente a sus experiencias de consumo, no cabe otra posibilidad que innovar en lo que se le ofrece como sujeto, para que de veras responda a expectativas en las que se desenvuelve su nuevo ritmo de vida multitarea, nuevos patrones emocionales a la hora de disfrutar, de consumir, de conocer, de asombrarse, de reir o incluso de buscar la propia desconexión.

Como un batir de alas de mariposa, la digitalización ha desatado en las nuevas generaciones una priorización distinta en todas las facetas de su vida y con ello ha impactado a cuestiones tan cotidianas como sus hábitos alimenticios, su tiempo de ocio, sus relaciones, en general a sus propias expectativas de consumo y con ello a prácticamente todos los macrosectores productivos primario, secundario y terciario y que responden en modo de oferta transformada al individuo final. Ámbitos aparentemente alejados como el agroalimentario, combustibles, textil, telecomunicaciones satisfacen por igual a un sujeto que no cocina como antes, que viaja continuamente a otros lugares, utiliza ropa deportiva para correr en su tiempo de ocio, se comunica con colaboradores o familia por videoconferencia y en definitiva un individuo que se encuentra ávido de soluciones y respuestas que sujetos de décadas anteriores no sentían como propias.

Ante tal perspectiva, cabe pensar que la intuición y la experiencia de años de mercado no sean ya suficientes para generar una oferta competitiva como antes. No para esas empresas que creaban nuevos productos gracias a su extraordinaria intuición y saber hacer técnico y a los giros increíbles de gurús del marketing.

Para satisfacer al nuevo comprador de experiencias, que valora más la conversación de tú a tú con su ofertante, parece primordial una solución de continuidad en la forma de ofertar productos y/o servicios que respondan a su nueva realidad. Ello implica por tanto una innovación incluso en cómo practicar dichas innovaciones, que permita orientar los ingentes esfuerzos que requiere estar competitivo en mercado. Una fórmula encaminada a la innovación desde la demanda, como parte de las estrategias productivo-empresariales de los próximos años.
 

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