Casi nadie dudaría que en la práctica el corto plazo es el enemigo de la innovación y sobre todo de la capacidad para “estar competitivo”. ¿Cuántas veces habrán oído a Gerentes o Responsables de áreas de empresas decir aquello de que la innovación es interesante pero no es el momento de dedicarse a ella o hay cosas más urgentes que acometer?, este planteamiento experiencial que caracteriza a ciertas compañías, que ven la innovación como una inversión añadida, sin acometer una mirada más largoplacista de su estrategia, es precisamente la que les impide observar el grado de importancia y necesidad de practicarla de manera sistemática. Otro de los lugares comunes es el enrocamiento en la afirmación de que “Si la cosa va bien, para qué cambiar”. Precisamente en esta actitud lo más destacable es la conformación de lo que podríamos llamar una “mente confort”.
Es cierto que la innovación requiere de poca prisa y sí de mucho análisis, de continua gestión de las ideas con el fin de estudiar su viabilidad económica, su factibilidad técnica y por tanto su conveniencia y oportunidad a cada instante. Pero esta tendencia al “fuego lento” no tiene que ver con que el día a día de una compañía se detenga, muy al contrario lo que resulta como “buena gestión de la innovación” es precisamente coordinar las necesidades perentorias del corto plazo y por tanto del movimiento productivo de la empresa, en un proceso simultaneo con todas aquellas tareas de vigilancia competitiva, escucha activa del mercado, prospección tecnológica y creatividad interna para aplicar orgánicamente y sin consecuencias una fórmula hecha método, un método de innovación que derive en un éxito y posicionamiento de la marca que se prolongue en el tiempo.
Y es en esta disyuntiva real donde se otorga la primera de las soluciones castradas. Dado el escaso tiempo del que disponen departamentos como los productivos, marketing, ventas y/o la propia Dirección para abordar de manera organizada una innovación con método; la innovación se condena a convertirse en un ente independiente y verticalizado dentro de la compañía.
Siendo éste el mejor de los casos resulta en muchas ocasiones de ella una innovación con identificadas carencias, derivado de que probablemente muchas de las ideas trabajadas en el seno de dicho departamento falta la aplicación de una perspectiva más multidisciplinar e imbricada de forma efectiva con otras áreas como Calidad, I+D, Marketing o Financiero para lo que a la hora de sacar la innovación al mercado, o ésta no tiene un buen enfoque de segmentación o se queda por el camino al no cumplir requerimientos técnicos o normativos o la inversión necesaria para acometer la innovación supera con mucho el retorno esperado, entre otras cuestiones.
Otra de las circunstancias que suele suceder en esa concepción limitada del valor de la innovación dentro de la compañía, desemboca en una orientación de dichas tareas hacia los departamentos de I+D, configurando una estructura además de verticalizada, orientada a la formulación de mejoras e innovaciones que suelen muchas veces estar alejadas del mercado y por tanto asumiendo la innovación únicamente desde una “estrategia push” que adolece en ocasiones de la capacidad de aportar innovaciones que respondan a los deseos del cliente final y centrando esfuerzo exclusivamente en una intuición de éxito que puede traducirse de manera incorrecta en el mercado.
Pero sin duda de todas las fórmulas que practican “las mentes confort”, la más extendida es la ejecución de una “innovación improvisada” o derivada de largas sesiones de reunión de forma muy alejada en el tiempo. Momentos puntuales en los que se realiza una innovación que acaba por copiar soluciones ya existentes, mejoras o inversiones para alcanzar nuevos productos o servicios que son resultado de ideas aparentemente disruptivas que traen en consecuencia una visión equivocada de lo que la innovación supone en el caso de que la solución aportada al mercado no sea un éxito. El resultado indeseado de una concatenación de “innovation to trash” hará que la sensación de permanecer en la “frontera confort” sea de cara a estrategias futuras una barrera infranqueable.
Es cierto que la innovación requiere de poca prisa y sí de mucho análisis, de continua gestión de las ideas con el fin de estudiar su viabilidad económica, su factibilidad técnica y por tanto su conveniencia y oportunidad a cada instante. Pero esta tendencia al “fuego lento” no tiene que ver con que el día a día de una compañía se detenga, muy al contrario lo que resulta como “buena gestión de la innovación” es precisamente coordinar las necesidades perentorias del corto plazo y por tanto del movimiento productivo de la empresa, en un proceso simultaneo con todas aquellas tareas de vigilancia competitiva, escucha activa del mercado, prospección tecnológica y creatividad interna para aplicar orgánicamente y sin consecuencias una fórmula hecha método, un método de innovación que derive en un éxito y posicionamiento de la marca que se prolongue en el tiempo.
Y es en esta disyuntiva real donde se otorga la primera de las soluciones castradas. Dado el escaso tiempo del que disponen departamentos como los productivos, marketing, ventas y/o la propia Dirección para abordar de manera organizada una innovación con método; la innovación se condena a convertirse en un ente independiente y verticalizado dentro de la compañía.
Siendo éste el mejor de los casos resulta en muchas ocasiones de ella una innovación con identificadas carencias, derivado de que probablemente muchas de las ideas trabajadas en el seno de dicho departamento falta la aplicación de una perspectiva más multidisciplinar e imbricada de forma efectiva con otras áreas como Calidad, I+D, Marketing o Financiero para lo que a la hora de sacar la innovación al mercado, o ésta no tiene un buen enfoque de segmentación o se queda por el camino al no cumplir requerimientos técnicos o normativos o la inversión necesaria para acometer la innovación supera con mucho el retorno esperado, entre otras cuestiones.
Otra de las circunstancias que suele suceder en esa concepción limitada del valor de la innovación dentro de la compañía, desemboca en una orientación de dichas tareas hacia los departamentos de I+D, configurando una estructura además de verticalizada, orientada a la formulación de mejoras e innovaciones que suelen muchas veces estar alejadas del mercado y por tanto asumiendo la innovación únicamente desde una “estrategia push” que adolece en ocasiones de la capacidad de aportar innovaciones que respondan a los deseos del cliente final y centrando esfuerzo exclusivamente en una intuición de éxito que puede traducirse de manera incorrecta en el mercado.
Pero sin duda de todas las fórmulas que practican “las mentes confort”, la más extendida es la ejecución de una “innovación improvisada” o derivada de largas sesiones de reunión de forma muy alejada en el tiempo. Momentos puntuales en los que se realiza una innovación que acaba por copiar soluciones ya existentes, mejoras o inversiones para alcanzar nuevos productos o servicios que son resultado de ideas aparentemente disruptivas que traen en consecuencia una visión equivocada de lo que la innovación supone en el caso de que la solución aportada al mercado no sea un éxito. El resultado indeseado de una concatenación de “innovation to trash” hará que la sensación de permanecer en la “frontera confort” sea de cara a estrategias futuras una barrera infranqueable.