La Innovación no es la etapa final de la I+D, es otro proceso quizás mucho más primordial para su competitividad
Algunos gurús de la innovación pasaron décadas diciendo que para hacer innovación era necesario contar con un buen cubo de basura. El consejo no pretendía más que adelantar que como consecuencia de esa inversión en creatividad se iban a realizar inevitablemente ideas que acabarían resultando de escaso o nulo éxito en mercado, como si del acto en sí de innovar existiera siempre un daño colateral.
Esta argumentación alcanzaba su punto máximo cuando el consejo era idear y por qué no, soñar con cosas novedosas sin ponerle límites a la inventiva. En tal dosis de confianza se esgrimían ejemplos notables de grandes multinacionales exitosas que también habían tirado tanta innovación a su contenedor particular.
La diferencia quizás más notable entre hacer investigación y desarrollar innovación, tenga que ver con la genética del riesgo. La investigación parte de un estadio 0, por el que se recorre un camino hasta la generación de un nuevo conocimiento. Pero en ese proceloso camino, la formulación de las ideas ya parten de una incertidumbre, de una intuición que requiere materializarse en un prototipo funcional, para luego ser testadas y por tanto valorada su oportunidad de acercamiento en mercado.
La innovación por contra parte de unas premisas de mejora, en las que bien la técnica/tecnología ya testada, empujan a la acción de innovar (technology push) o bien porque la demanda estimula una idea alojada en la necesidad (market pull) y por tanto es de esperar que responda favorablemente a su oportunidad. En ambos casos la innovación supone un estadio necesario para “estar competitivo” y por tanto alineado con el mercado y que al contrario de hacer investigación, debe aproximarse a resultado con una menor curva de riesgo.
El conflicto surge cuando el Director de Innovación se orienta a hacer Investigación y al de I+D se le exige que haga Innovación. El primero no logrará sino copiar lo existente añadiendo matices de poco valor a la generación de nuevo conocimiento y por tanto no pudiendo garantizar la generación de patentes para proteger la inversión. El segundo, como ya ocurre, dotado para la generación de conocimiento pero no estando próximo al mercado, realizará prototipos que no han pasado por el modelizado final que requiere una idea que pretende acabar en mercado y engordarán el desecho.
En muchos casos incluso las figuras de Investigación e Innovación confluyen en la misma persona de I+D y de Innovación, al igual que ocurre con los planes de financiación públicos o los entornos de Desarrollo Empresarial, aparecen integrados en la fórmula de siglas I+D+i y con ello en muchas empresas con la confusión al respecto de qué es cada una de estas operaciones dentro de una empresa y su primordial importancia a la hora de acometer en sus respectivos escenarios el papel que se requiere.
Llegados a este punto es entendible que el Responsable de Investigación cuente con un buen cubo de basura pero no el de Innovación a quien sería deseable respaldarle con un equipo interno y externo capacitado para formular con dinámicas creativas y sobre todo con una metodología no encorsetada, una innovación pegada al suelo y con visos de éxito.
¿No resulta paradójico que quien aporta las nuevas ideas de productos, procesos, organización o servicios se encuentre situado justo después de quien hace la Investigación y el Desarrollo?, ¿No resultaría óptimo que sea el segundo el que se encuentre al servicio del primero cuando se ha estudiado que la inversión en Investigación va a tener una garantía de mercado porque éste lo demanda el mercado o va a causar en él un valor añadido que no existe todavía?
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